En ejercicio por reconocer de los libros de mexicanos que aparecieron en esta columna los doce que más me asombraron, entrego esta lista en la que el orden caprichoso atiende, más que a la altura o a la consagración de los poetas, a un diálogo personal con los trabajos que menciono, sin intenciones canónicas sino de franca identificación:
1.- Marfa Texas (Ediciones Era, 2015) de Coral Bracho. Aquí todo se presenta como una sombra dispuesta a desvanecerse a la menor provocación de la luz. En un planteamiento de inmovilidad habla esa voz que viene de una viva contemplación. Cada palabra que se dice es un esfuerzo latente por vencer el silencio que no retrocede, sólo abre un espacio donde quedan suspendidas las palabras.
2.- Teorema de Medusa (Calygrama, Querétaro, 2015) de Tadeus Argüello. Una arquitectura intelectual que acerca, con mucha fortuna, la imagen poética a la reflexión filosófica, y se aventura en exploraciones librescas.
3.- Nu)n(ca (Editorial Sexto Piso, México, 2015) de Luigi Amara. Con la inteligente disposición de los objetos y la sensibilidad en la elección de los motivos consigue la claridad de lenguaje con que nos lleva a ver nítidamente a “la mujer de espaldas”.
4.- Muchachos que no besan en la boca (Universidad Autónoma del Estado de México, 2015) de Luis Aguilar. Genera el ambiente para que la tensión de lo narrado se dé, y el lector se mantenga atento y asombrado por lo crudo y lo real. La poesía trasciende la línea y el poema para mostrar su concentración en los acontecimientos.
5.- Teoría de las pérdidas (FCE, México, 2015) de Jesús Ramón Ibarra. La invención de los recursos reconoce sus fuentes en la tradición de la poesía mexicana, la música popular y en la experiencia personal. Respuesta imaginativa al tema de la muerte, la ausencia mayor, donde encuentra sus momentos más emotivos.
6.- Cámara nupcial (Ediciones Era, México, 2015) de Jorge Esquinca. La potencia con la que impone la visión estética se vuelve un eje magnético que atrae los elementos a ese único cuarto donde elige desde el tono de la luz hasta el lugar que ocuparán los objetos.
7.- Ciervos (Atrasalante, México, 2015) de Fernando Trejo. Escritura de fina sensibilidad con la que se apropia de las historias para contarlas, y la potencia imaginativa con que recrea vidas documentadas. La narrativa de estos poemas no pierde síntesis, para beneficio de la intensidad.
8.- Gelatina (Mantis Editores, Guadalajara, 2015) de Iván Soto Camba. Poemas que muestran la condensación emotiva y que aparecen de pronto para otorgar dinamismo a una escritura que no se sabe quedar quieta.
9.- Música para destruir una ciudad (Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015) de Leonarda Rivera. Un trabajo inteligente y obsesivo. La agresividad con que reúne los elementos le retribuyen con situaciones de violencia que enriquecen la integración de los textos.
10.- El Show de los muertos (Impronta, Guadalajara, 2014) de Enrique Carlos Cisneros. Hay una conciencia sintética que reúne dolor con jazz y poesía para hacer variaciones de altura.
11.- Llamas cumulares (Salto Mortal, Guadalajara, 2015) de Abril Medina. Un libro que permite ver, en panorámica, el proceso de búsqueda de la autora, con el que va delineando sus motivos: en los textos más concretos conserva el tono y la tentación por la decadencia que caracterizan su trabajo desde el principio.
12.- Cofre de pájaro muerto (Ediciones Punto de Partida, UNAM, 2014) de Armando Salgado. Habla de “nosotros” para mostrar la compañía por ese sitio al que acude habitualmente y desde el que nos va dando cuenta de sus árboles predilectos: poetas de quienes recoge aportaciones e influencias y que, con alevosía, convoca este libro.