Villahermosa, Tabasco.- Conocí a Gerardo Grajeda en la Alianza, ese lugar semibohemio, semi cantinoso, semi cultural que tuvo Augusto Fernández Pinelo por la década de los ochenta y que fue reunión diaria de la sociedad cultural de aquellos tiempos.
Gerardo hablaba de filosofía, psicología y literatura, tres temas que lo apasionaron desde siempre. Venía llegando de Puebla, según creo, y dio con la Alianza y ahí sentó sus reales.
Hablábamos de libros. Era impresionante la cantidad que leyó en vida. Y sobre todo, planeaba ya sus poemarios, sus libros. Sus mejores textos, realmente, fueron producto de esa época desenfrenada.
Alguna vez dijeron que éramos alcohólicos, y ya que él era el psicólogo le pregunté si era cierto. La bebida es como los amores, firme en un primer tiempo, cansada en otro, fugaz finalmente. O algo así.
Recorrimos muchos bares, muchos tugurios, muchas zonas de acomodo bilial. Escribía. Tomamos todos los talleres necesarios. Fue famosa la red municipal de talleres literarios que convocó a muchos de los desastrados escritorzuelos de antaño. Después, como siempre ingratos, desconocieron el avance en la materia y desconocieron a Gerardo.
La peor cosa que puede pasarle a cualquier escritor es ser coordinador de Literatura de la Secretaría de Cultura o en ese tiempo del Instituto.
Hablemos de él, mejor. Un gran lector y maestro, fue catedrático de la escuela de escritores José Gorostiza y enseñó a ver los textos desde una perspectiva mental, elemental, coterránea. No conozco alguien que masomenee sus clases, ni que ponga en duda su sapiencia.
Trabajamos juntos en la Dirección editorial. Ahí vi como lo maltrataron los que antes mendigaron una frase de apoyo, un texto sobre los engendros que escribían, que pagara las cervezas… Muy mal portados siempre, ingratos e innobles. Pero Gerardo era noble. Nunca los fustigó con el látigo de su desprecio, ni a ellos ni a ningún otro.
Ganó un premio importante en Yucatán que se sabe que solo se premian entre ellos los autores emeritenses. Fue su inicio de mejor modo en la Literatura. Sus textos avanzan entre la poesía y la narrativa. Pueden ser una cosa u otra. Por ahí me invitó a presentar su libro de cuentos en su última residencia, cerca del mar. Fuimos y gozamos como siempre de su hospitalidad y buen trato.
Su último libro fue un libro infantil con el que Gerardo demostró que todos los géneros literarios eran su permanencia. Su obra es breve. Apenas unos tres o cuatro libros pero que demandan la pericia del lector. Ya no pudimos tomarnos la última a pesar de que siempre que nos veíamos, ahora en estas asquerosas vías de comunicación (redes o lo virtual) nos lo prometíamos.
Escuché a un amigo cercano decir que siempre que pudiera invitaría a Gerardo ya sea a publicar o a participar en mesas redondas o conferencias. Nuestro amigo el poeta se lo ganó, definitivamente. Ahora ya bebe allá junto a esos altísimos poetas que fueron sus amigos y lo quisieron mucho: Teo, pienso, Nieto, igualmente, Mario de Lille. Sus libros nos preceden. Su obra será bien recordada. Su persona es piedra de toque en nuestros entornos. Descansa en paz, querido amigo. Resulta que es mejor ver estos tiempos desde una sana lejanía que aquí abajo.
Dejo aquí algunos de sus libros y su imagen siempre de poeta, de artista de la palabra, de hierofante de la poesía. Así era, así lo recordaremos, así tomaba café o cerveza en los antros poéticos de nuestra villa. Así lo recordaré.
Pie de Página. Gerardo Grajeda siempre hizo honor a su lugar de origen, cuando se le preguntaba dónde había nacido, él decía orgulloso: “soy de la sierra norte del estado de Puebla, del meritito Huauchinango, Puebla”.