México.- De acuerdo a investigaciones arqueológicas no existe duda de que en el mundo antiguo mexicano existieron los gigantes, seres de proporciones colosales con los que tuvieron que combatir nuestros antepasados, Fray Diego Durán, monje dominico del siglo XVI, consignó lo siguiente: “Hállanse hacia aquellos lugares huesos de gigantes grandísimos, los cuales yo muchas veces he visto sacar en lugares ásperos”.
La revista Arqueología Mexicana dedicó un número especial a este tema donde se puede leer la relación que hace “fray Bernardino de Sahagún acerca de las pirámides de Teotihuacan y Cholula, en que atribuye su construcción a gigantes. Lo anterior no es de sorprender, pues esta idea estaba muy arraigada entre los frailes en el siglo XVI. Veamos cómo lo menciona el dominico fray Diego Durán, al referirse a la presencia de gigantes en la región poblano-tlaxcalteca: “La otra gente que dicen que hallaron los de Tlaxcala, y Cholula y Huejotzingo, dicen que eran gigantes…” (Durán, 1951, p. 14). Continúa el fraile y señala cómo fueron combatidos por los cholultecas estos primeros habitantes hasta vencerlos y echarlos de aquellas tierras. Pero lo interesante para nosotros es la manera en que el dominico relaciona a los gigantes con huesos de gran tamaño hallados en aquellos parajes: “Hállanse hacia aquellos lugares huesos de gigantes grandísimos, los cuales yo muchas veces he visto sacar en lugares ásperos” (Durán, 1951, p. 15 )”.
Otomíes, guerra con gigantes
Dicen que hace seis mil años llegaron a lo que hoy es México unas tribus que en su conjunto son conocidas como los otomíes, “los hombres que caminan con flechas”, como los llamaron más tarde los pueblos nahuas. La etnia otomí es la más antigua aún existente en México. Oleadas de muchos otros pueblos han llegado a través de milenios, incluso aztecas y españoles, pero los otomíes nunca han sido un pueblo sumiso y conservan su milenaria identidad.
Una de las muchas leyendas de este grupo étnico narra que cuando los otomíes llegaron al Anáhuac, encontraron ahí una raza más antigua: los gigantes. Eran éstos también seres humanos, pero con una estatura descomunal, por lo menos el doble de los otomíes. La necesidad de disputar las fértiles tierras mesoamericanas hizo inevitable el choque entre ambas razas. El resultado de la contienda fue la completa victoria otomí, sin que conozcamos ahora los pormenores de la hazaña. El hecho es que los gigantes fueron exterminados, ya fuese porque eran escasos o por la inteligencia superior de los otomíes.
El Códice Vaticano recoge una dramática escena en donde un grupo humano, seguramente de otomíes, arrastra con mecates a un gigante muerto y destrozado en el combate. México a Través de los Siglos, narra también el violento choque entre ambos pueblos que, leyenda o realidad, ha logrado trascender hasta nosotros. Muchos datos más tendríamos de estos sucesos de no ser por la costumbre de los aztecas de destruir los códices de las naciones que iban sometiendo.
Entre sus tradiciones se encuentra la de considerar que en algunas grandes piedras yacen encerrados los gigantes. Incluso creen que algunos de los ancestros otomíes fueron gigantes y que fueron convertidos en piedra. Ya en 1569 Alonso de Urbina, escribió una obra acerca del pueblo otomí: Arte breve de la lengua otomí y voca- bulario trilingüe. En ella hace referencia al vocablo c’angandho, “piedra preciosa”. Los lingüistas modernos piensan que la pronunciación correcta es cuddo cajoo y la traducen como “piedra mago”. Esto significaría que los pueblos de lengua otomí piensan que en ciertas piedras megalíticas se hallan encerrados “magos”. De manera que no todos los gigantes habrían sido enemigos de los antiguos otomíes. Algunos serían sus ancestros, o magos benéficos que los ayudaron a sobrevivir.
No todas las piedras mágicas serían receptáculos de los cuerpos de los gigantes. Algunas contendrían seres sobrenaturales de otra índole. Algunas piedras tendrían enanos en vez de gigantes, y otras serían la prisión de los “yogi” o “bo’meti”, los antiguos, cuyo origen se remonta a la creación del mundo. Las leyendas aztecas, que tomaron prestadas de pueblos más antiguos, entre ellos el otomí, hablan emotivamente de los Quinametzin, los gigantes. Se atribuye a los Quinametzin la construcción de las pirámides de Teotihuacan y de la Gran Pirámide de Cholula, la más grande del mundo.
El Códice Florentino narra la historia de un gigante otomí, aunque seguramente no sería tan alto como los Quinametzin. Este guerrero otomí, llamado Tzilacatzin, peleó al lado de los aztecas contra los españoles, en la batalla final por Tenochtitlan. En base a su gran fuerza y valentía, logró mantener a raya a los españoles y sus aliados, causándoles numerosas bajas al arrojarles grandes piedras. Finalmente la peste y la hambruna sometieron a los mexicas y no se supo más del valeroso Tzilacatzin.
Gigantes como los de la biblia
El dominico Diego Durán plantea algunas de las ideas que prevalecían hacia el siglo XVI. En efecto, los frailes buscaban una explicación para lo que se presentaba ante sus ojos: miles y miles de indígenas; ciudades pobladas por gran número de habitantes; edificios de gran tamaño dedicados a sus dioses; diversas lenguas habladas por otros tantos pueblos, en fin, un universo complejo al que había que dar una explicación, comenzando por su origen. La respuesta la encontraban en la Biblia. Así, no había duda para los frailes que el origen de estas poblaciones se remontaba a las tribus perdidas de Israel; algunos edificios como la pirámide de Cholula no era otra cosa que la torre de Babel y de ahí también se desprendía la cantidad de lenguas habladas en estas tierras. En cuanto a la presencia de gigantes, bien sabemos que para explicarse la construcción de monumentos de grandes dimensiones se acudía a esta versión. También recordemos que en el mundo occidental la existencia de gigantes se da por una realidad y algunos pasajes bíblicos nos dicen de su existencia, como el conocido caso de la lucha entre David y Goliat, y otros relatos en los que el triunfo del débil se ve realzado al vencer a personas presumiblemente superiores en tamaño y fuerza.
Si bien no se puede descartar casos de gigantismo o enanismo causados por motivos genéticos, y por lo mismo escasos, la verdad es que no se conocen casos de poblaciones enteras que tuvieran este patrón como hacen suponer los cronistas mencionados y otros más. Uno de los primeros investigadores en poner las cosas en su lugar fue el prehistoriador y obispo Francisco Plancarte y Navarrete, quien en su libro Prehistoria de México, publicado en 1923, señala: “Los huesos que vieron los conquistadores en Tlaxcala y los religiosos en los palacios de los virreyes o en los campos, tienen que haber sido de fósiles y podemos suponer que en el siglo XVI, la paleontología no estaba de lo más adelantada para haber reconocido que fueran animales” (Plancarte, 1923).
Aquí cobra cabal vigencia la frase popular “para que la cuña apriete debe ser del mismo palo”, pues el obispo rebate así de manera contundente el parecer de frailes y conquistadores que daban por supuesto lo anterior. Lo aseverado por don Francisco va a ser ratificado más adelante con excavaciones arqueológicas en las que se han detectado buen número de especímenes de mamut y otras especies hoy extinguidas. De sobra conocido es el famoso diorama que formaba parte de la Sala Orígenes del Museo Nacional de Antropología, en el que varios hombres acosan a un gigantesco mamut que estaba en un medio lodoso, en las cercanías del lago de Texcoco. La imagen hace referencia al llamado hombre de Tepexpan (encontrado en 1947 cerca de este poblado por Helmut de Terra), quien yace muerto boca abajo frente al gigantesco proboscídeo. De este hallazgo se ha puesto en duda el sexo y la antigüedad del individuo (Matos, 2010). Lo que sí es una realidad son los datos producto del descubrimiento del mamut de Santa Isabel Ixtapan, estado de México, cuando por primera vez se encontraron huesos de mamut asociados a puntas de piedra de fabricación humana, lo que venía a demostrar que el hombre y el mamut habían coexistido hace alrededor de 7 o 10 mil años.
Gigantes del mundo indígena
En el caso de los gigantes en el mundo indígena prehispánico en México, una de las más antiguas leyendas principian cuando está la primera edad de la creación o Sol Tigre, que se representa al animal con el “espejo humeante” en un pie, emblema de Tescatlipoca . Su asociación se da porque este primer mundo estuvo poblado por gigantes y fueron devorados por lostigres. (Navarrete 1973:11). En una antigua recopilación de Cuauhtitlán, en una transcripción hecha por León-Portilla se dice lo siguiente (León Portilla 1988:16):
“Al llegar el sol al mediodía , luego se hacía de noche
y cuando ya se oscurecía,
los tigres se comían a las gentes. Y en este sol vivían los gigantes.
Decían los viejos
que los gigantes así se saludaban: ‘no se caiga usted’,
porque quien se caía se caía para siempre”.
Los informantes indígenas del siglo XVI, refiriéndose al mito de la creación del Sol Teotihuacán, hablan acerca de la primera cultura, en donde se menciona según el texto uatl (lbid, 1988:28):
Luego encima de ellos construían pirámides que aún ahora están. Una pirámide es como un pequeño cerro, sólo que hecho a mano. Por allí hay agujeros, de donde sacaron las piedras, con que hicieron las piedras, con que hicieron las pirámides, y así las hicieron muy grandes, la del Sol y la de la Luna. Son como cerros y no es increíble que se digan que fueron hechas a mano, porque todavía entonces en muchos lugares había gigantes…
Huesos de hombres muy grandes
Fray Gerónimo de Mendieta en su Historia Eclesiástica Indiana, en su capítulo Xlll, también hace mención de que hubo conocimiento de personas gigantes en estas tierras de América, refiriéndose a ellos de la manera siguiente: que en el conocimiento de los indios lejos se decía que hubo gigantes, porque se habían hallado huesos de hombres muy grandes. Citando a Fray Andrés de Olmos, dice que vio en tiempo del Virrey D. Antonio de Mendoza, huesos del pie de un gigante que tenían casi un palmo de alto. También se recuerda que al Virrey Luis de Velasco le llevaron otros huesos y muelas de terribles gigantes. También en su referencia habla de una persona de Cuernavaca que tenía “tres varas de medir”, menos una cuarta de alto, que fue llevado varias veces a México para la procesión de Corpus Christi, y por darle mucho de comer, murió de hambre en su pueblo. También hubo otra persona en Tecalli, que fue llevado a México como cosa monstruosa. También informa de la presencia de hombres barbados en la antigua Mesoamérica que acostumbraban a cortarse las barbas. De allí el maravillarse de los indígenas mexicanos cuando se presentan los españoles venidos con Cortés, pues ya había sido prononosticada su venida. (Mendieta, sf:104).
También Fray Juan de Torquemada en su Monarquía Indiana, en el capítulo XD hace referencia a los gigantes, primeros moradores de estas indianas tierras antes de tultecas. Hace relación que las personas que se salvaron después del diluvio y mora en estas tierras fueron personas muy crecidas de cuerpo que se llamaron QUINAMETI, (que quiere decir gigantes), esto basado a que en varios lugares de la provincia, al hab ‘ cavado la tierra se hallaron “huesos grandes y desemejados que daba espanto considerar su grandeza”.
Sus especulaciones sobre el tema lo llevan a considerar los capítulos bíblicos en donde se mencionan también a los gigantes. Su única duda es cuando se pregunta si los huesos de estos gigantes fueron de antes del diluvio o después. Su inquietud le lleva presentar a un francés Pedro Morelet, hombre peritísmo, una muela dos veces de grande que un puño para que diera su opinión. Tal persona le indicó que era de gigante y que aún en la propia España ya había visto él algunas cosas parecidas de huevos convertidos en piedra.
Otra de las historias antiguas relatadas por Torquemada, habla Tlaxcallán, y que la habitaban gigantes. Valiéndose de un engaño, los antiguos indígenas conquistadores los convidaron a comer y a beber, para luego matarlos, con la sorpresa que aquellos no pudieron tomar sus propias armas, desgajaron enormes ramas de árbol para defenderse, pero ante tan bien organizado ejército fueron muertos sin que quedara hombre gigante con vida. Quienes hicieron esta proeza de vencer a los gigantes fueron los del pueblo Tlaxcalteca (Torquemada: 1975: 52, 53, 54).