Los días que se viven en Guerrero no son sencillos, pero sin lugar a dudas son menos complejos de los que fuimos testigos en meses anteriores. A los profundos agravios y problemas ancestrales que padece nuestra entidad, sumamos el conflicto social, derivado de los lamentables y repudiables hechos que acontecieron en Iguala, que tuvieron como saldo la consabida muerte de seis personas, la desaparición de 43 normalistas, por lo menos una treintena de heridos, el dolor de las y los mexicanos, y el asombro de la comunidad internacional.
Con lo ocurrido en Iguala, cambió todo en Guerrero. Así como los habitantes de la Ciudad de México fueron solidarios durante las movilizaciones de apoyo a los estudiantes en 1968 y años después lo fueron con la tragedia del terremoto de 1985; en Guerrero, sus mujeres y hombres, jóvenes universitarios, amas de casa, comerciantes, líderes de opinión, académicos, intelectuales, artistas y el movimiento social, expresaron su solidaridad de distintas formas. Se estableció no sólo comunicación sino respaldo moral con las madres, padres y familiares de los jóvenes normalistas de Ayotzinapa; todos los apoyos se tradujeron en la exigencia de la aparición con vida de los 43 normalistas desaparecidos, el esclarecimiento de los hechos, y el reclamo de justicia y castigo a los autores materiales e intelectuales de la tragedia, en cada uno de los rincones de nuestra entidad, luego en el país y después en distintos puntos del mundo entero.
Un segmento de la sociedad guerrerense, recurrió a la movilización y a la protesta; y sólo un reducido grupo de personas, a acciones de radicalidad expresadas en hechos que simbólicamente enviaban un mensaje claro al resto de la sociedad mexicana y al mundo entero: la desacreditación de las autoridades políticas constituidas en los poderes públicos del estado. Como muestra de ello, de manera recurrente fueron objeto de ataque y actos de vandalismo tanto el palacio de gobierno, como el recinto del congreso y del poder judicial.
El dolor colectivo hizo crecer la movilización con sus respectivas exigencias; sólo ese crecimiento exponencial hizo visible la crisis social y política por la que el estado transitaba. Era evidente la frágil legitimidad de los poderes públicos a consecuencia, en primer término, del estupor con que fue atendido en los primeros días el problema y ausencia de respuestas efectivas y contundentes del ejecutivo estatal, después; en segundo, por la indiferencia y apatía frente a la situación de los otros dos poderes, para dar a la sociedad guerrerense la confianza y certidumbre de que el origen de la crisis sería atendido y resuelto. No sólo eso, es preciso enfatizar también, que resurgieron con mayor fuerza muchos puntos de conflictividad aparentemente conjurados tiempo atrás.
En ese contexto de crisis, y con el acuerdo casi unánime en el Congreso del estado, pues los diputados de Movimiento Ciudadano votaron en contra, es que Rogelio Ortega fue designado como gobernador interino. La razón fundamental por la que se logró el acuerdo entre la élite política, residió en el hecho de que era una propuesta confiable por la suficiente solvencia ética, moral y profesional, así como su neutralidad política para hacer frente a la crisis, pues como es sabido la formación y ejercicio profesional de Rogelio ha sido desde sus orígenes en la academia, con una visión democrática, socialmente comprometida, moderna y progresista; y también, porque en el contexto de lo que ocurría esos días en Guerrero, cualquier político, de cualquier partido, enfrentaría de nueva cuenta el descrédito y consecuente rechazo de la sociedad.
Aludiendo a quienes han reflexionado sobre qué es y cuál es el objetivo de la política, comparto la idea de quienes consideran que se trata del arte de sumar voluntades y asumen que la política es la forma en que las y los humanos resolvemos nuestras diferencias a través del diálogo, la tolerancia, así como el respeto a las opiniones del otro. Como lo constatan todos los medios de comunicación, en los hechos y en el discurso, es como se ha conducido Rogelio Ortega desde el primer día en que asumió el compromiso de gobernar Guerrero. La línea genuina de la política, inexistente en otro momento de México, durante el régimen autoritario y de partido hegemónico, es la que con mucha claridad trazó Rogelio como premisa de su gobierno, y que ha tenido resultados de manera tangible. Ha devuelto la tranquilidad y sigue en el esfuerzo de recuperar la armonía entre las y los guerrerenses; no ha sido fácil, por razones distintas, pero los resultados de esa labor a la que ha invertido estos meses para Guerrero, están a la vista de todas y todos.
Nada debería generarnos suficiente tranquilidad, que reconocer que hoy los conflictos sociales en Guerrero, a diferencia de otros tiempos y otro momento, se resuelven sólo por la vía del diálogo y la concertación. Es cierto, los problemas que padecemos las y los guerrerenses son muchos, profundos, arraigados y dolorosos; pero también es cierto, que nunca en la historia de nuestra entidad, habíamos contado con un gobernador que de manera pública y en los hechos, asumiera el compromiso de atender y resolver sin violencia, con diálogo y suma tolerancia las demandas sociales y políticas que por distintas vías han manifestado las y los ciudadanos de Guerrero, y de manera específica, la razón por la que asumió la conducción de los destinos de nuestra entidad: los sucesos del 26 y 27 de septiembre.
Hoy, al cabo de algunos meses, se ha restablecido la tranquilidad a través del diálogo, diálogo en el que sigue existiendo el argumento del gobernador de acompañar y seguir demandando la aparición con vida de los 43 jóvenes normalistas, argumento que expresa no sólo compromiso sino solidaridad con las familias afectadas. Es cierto, no todos los problemas en Guerrero están resueltos, ni siquiera los fundamentales; pero sí es cierto, que en un periodo de tiempo relativamente corto, la política se ha dignificado en Guerrero.
En próximos días el Congreso tomará una decisión que habrá de formar parte de la historia de nuestra entidad. Las opciones son dos: 1) Otorgar nuevamente la confianza al gobernador Ortega para continuar y concluir su mandato en los próximos meses, y tener la garantía de que por la vía del diálogo se consolidará la armonía entre los y las guerrerenses que nos permitirá, en seguida, encarar en la normalidad democrática, los desafíos que imponen los profundos problemas económicos, sociales, culturales y ambientales de Guerrero, o; 2) Apostar a la incertidumbre que implica la designación de un nuevo gobernador que concluya este periodo, con los riesgos que ello implica.