“no es necesario intuir un fracaso
en las ruidosas soledades de la memoria”.
Ulber Sánchez Ascencio
Paul Medrano
de Silvestre Pacheco León
Fue José Revueltas quien aseguró que el campesinado mexicano no tiene cabeza. Yo agregaría que también carece de memoria.
Desde hace milenios, las injusticias y la pobreza, siempre han jugado del lado de los campesinos. Rebeliones o incluso revoluciones, han sigo protagonizadas por este sector, sin que a la fecha haya resultados precisos a sus demandas. La Revolución mexicana, por ejemplo, solo quedó en intento de responder a las demandas campesinas, pese al millón de muertos ocurridos entre 1910 y 1921. Los hombres de campo de hoy sufren casi lo mismo que en los tiempos del porfiriato.
¿Cómo es eso posible?, si se supone que vivimos en una época de innovación tecnológica, de bonanza agraria (por el notable repunte de lo “orgánico”) y de amplio mercado con sentido social, como dijo hace unos días Enrique Peña Nieto en la séptima Cumbre de las Américas, celebrada en Panamá.
Julio Llamazares, escritor español, considera que “estar en contra de la memoria es como estar en contra de pensar o de soñar. Te pueden obligar a todo menos a no recordar, o a recordar. La vida se resume en una lucha entre memoria y olvido, y el trabajo de los escritores es recuperar todo lo que puedas del peso del olvido”.
Eso es justo lo que hace Silvestre Pacheco León, rescatar del olvido y de la ignominia, el caso de los granaderos de la Costa Grande.
Contado con minucioso lujo de detalles, con una prosa clínica más no por eso inescrutable, Pacheco, nos cuenta el caso desde la raíz. Nos dibuja cómo se concibió Ixtapa, cómo dilapidaron dinero para menguar la guerrilla, cómo con paternalismo nos volvieron dependientes de la dádiva.
Pacheco nos plantea sus tesis sobre las causas que originaron el fraude y luego el fracaso de un proyecto que fue tocado por la tragedia, algo a lo que nos hemos acostumbrado tanto.
Este notable ensayo (que más bien es un testimonio) debería ser imprescindible para cualquier costeño que se digne de serlo. Incluso, aunque no estemos familiarizado con las lides agrícolas.
Fue Octavio Paz quien afirmó que estamos hechos de tiempo. Sin embargo, en el plano regional, ese tiempo del que hablaba el premio nobel, no se ha preservado. Las publicaciones son escasas y las pocas que hay no suelen llegar muy lejos.
Una utópica biblioteca sobre la Costa Grande estaría compuesta, en su mayoría, por el tema de la guerrilla que encabezó el profesor Lucio Cabañas Barrientos. El resto, serían unas cuantas novelas, cuentos, crónicas y artículos. No hay mucho sobre la identidad costeña. Por eso mismo nos hacen falta más libros como el de Pacheco León.
Libros que nos muestren el potencial humano, natural y marino que poseen estos confines hermosos y alejados. Libros que nos recuerden lo valiosas que son nuestras raíces y que son éstas las que nos mantendrán a flote. Libros que nos enseñen que esta región no es que haya sido olvidada por los programas oficiales, como nos ha hecho creer nuestra fauna política, sino que somos los mismos costeños los que nos hemos encargado de cometer, una y otra vez, los mismos errores: corrupción, devastación ecológica, sobreexplotación forestal y mineral, pero sobre, desmemoria.
Pacheco León nos brinda la oportunidad de conocer con detalle un caso particular que encierra en sí mismo el abandono al que se ha sometido el campo guerrerense. Dice Juan Villoro que los libros tienen un valor muy importante para custodiar los recuerdos. Y el de Pacheco vigila un rubro vital: la ganadería.
La Costa Grande posee casi una cuarta parte del territorio cultivable del estado, sin embargo, se cría ganado apenas por arriba del autoconsumo. Para nadie es un misterio que partidos políticos y funcionarios usan a discreción los famosos proyectos de inversión. Quienes logren acceder a uno, tendrán que dejar su respectivo moche. Así sean solo 20 mil pesos. Con lecturas como la que nos ofrece el autor, nos permite saber que el escenario no ha cambiado desde que este libro fue concebido. Y por desgracia, también deja ver que no cambiará mucho en años los próximos.
Ryszard Kapuscinski opinaba que sin la memoria no se puede vivir, pues ella eleva al hombre por encima del mundo animal, constituye la forma de su alma y, al mismo tiempo, es tan engañosa, tan inasible, tan traicionera.
Celebro que Silvestre Pacheco bosqueje el alma costeña, prodiga de trabajo, valentía y justicia. Festejo que este libro haya salvado las barreras del tiempo y haya llegado al papel, medio que seguro lo llevará más lejos aún. Y apelo a que su autor continúe su labor de guardar el valioso tiempo del que estamos hechos.
@balapodrida