México.- Para adentrarnos al mundo que nos ofrece Geovani de la Rosa en su libro de poemas La ejecución de Gary Gilmore (Diablura Ediciones, 2017) es necesario estar familiarizado con ese aire casi sofocante que seguramente Charles Baudelaire sintió como cotidiano, ese aire que nos hace sospechar qué actitudes pueden concretarse en un mundo como el sugerido entre estos turbulentos poemas.
Iniciamos el recorrido con este personaje que nos habla de su delirio, pues resulta bastante peculiar, emocional e intelectual tener sueños recurrentes en los que eres un asesino sentenciado a muerte. Imaginémoslo.
El personaje en cuestión no es cualquier asesino condenado, sino Gary Gilmore, quien exigió, con una determinación inconcebible, que se le aplicara el definitivo castigo después de todos los ya recibidos.
Gilmore nunca pasó más de ocho meses seguidos fuera de la cárcel desde la primera vez que entró a ella. Gilmore fue un hombre que buscó para sí la muerte, resignado, dispuesto a demostrar las advertencias de su innata “maldad” y se vale de ello para usar al sistema a su favor: Gary pidió que lo ejecutaran y el Estado, después de muchos años de abstinencia en este tipo de sentencias, determina que sí, a este tipo, el tal Gary Gilmore, debe aplicársele la pena más severa.
En torno a Gary Gilmore se han escrito infinidad de textos, como guiones, crónicas periodísticas, libros enteros, canciones, algunos de ellos elaborados bajo la utilización de la frescura de su ejecución, en plena época del auge punk.
Sin embargo, encontrarnos con una manifestación estética que haga un ejercicio especulativo sobre lo que Gilmore reflexionara en medio de su incomprendida situación, es un aporte que hay que tomar cuando nos interesa qué poeta y cómo, en estos tiempos, está tratando un tema como el que nos encontramos en este libro. Esta rara eutanasia parece ser la sentencia que toda una generación está tomando para la humanidad que todavía no nace.
Tomo de mi paisano venezolano, Arturo Uslar Pietri, la idea de que todo artista es vocero de su tiempo, “así los hombres de su tiempo no lo vean”.
Gilmore, como personaje digno de reflexión para De la Rosa, se me presenta como una manifestación genérica del hombre actual, un ser con consciencia de sus actos y, a la vez, víctima de un hedonismo rancio, lleno de diatribas que ocupan el espacio vacío de aquel que desalojó a su dignidad, que lo arrastra a que su personalidad desemboque en autodestrucción, miedo a la libertad.
Gilmore, como representación del hombre promedio de este tiempo, odia al sistema con el mismo odio que tiene para sí, y, por esa misma razón, vive encantado con la idea, más bien inconsciente, como un fetiche, de que ese mismo sistema que quisiera destruir, lo fulmine con la lentitud de los vicios.
Gilmore no quiere otra oportunidad, él sabe qué debe escribirse en su historia, por eso se queja de que “el juzgado y organizaciones contra la pena de muerte” se entrometan en su autobiografía, tal como dice el Gary Gilmore que se materializó en la pluma de Geovani de la Rosa.
Fragmento
Con ojeras como triste figura, descubro
que en la habitación de al lado ha despertado el niño
y platica con su madre.
Afuera los perros anuncian con violencia
el nuevo día. No sé si es octubre o febrero.
He sucedido, sin dolor alguno, por varias estaciones
en busca de los espantados ojos de Gary Gilmore
mientras las balas penetran su existencia.
Un tanto delirante, permanecí atado a las faldas de Nicole
y sus ojos verdes me hicieron aventarme por las escaleras.
Quizá, todavía alucinante, pienso que la falta de opio
fue lo que incrustó imágenes en mi cerebro.
En un hotel barato lamo el pubis magenta
de una mamá soltera, tratando de olvidar
por algunos minutos la sombra de Gilmore.
El hombre recluso, ya ejecutado y sangrante,
con las manos sosteniendo el universo, me dice:
“tú no puedes describir con justicia mi vida, careces de experiencia,
no has estado al borde de la muerte, esperando que te esposen
para llevarte al patio y meterte tres balazos en la cabeza,
no tienes derecho sobre mí ni sobre mis vivencias”.
Rodeado de humo de cigarro y juguetes fracturados, despierto otra vez.
Un coche se incendia a la vuelta de la esquina, pasa el panadero;
el niño muda de dientes y de espalda porque se ha caído de la cama.
Parpadeo mientras el tribunal ratifica la sentencia.
Seré ejecutado el sábado 17 de enero de 1977
por abejas negras expertas en tiro al blanco.
En la radio sonará I walk the line.