México.- Los muertos, es, probablemente, el poema más reconocido de María Rivera. Lo escribió cuando se destapó aquella fosa común en Tamaulipas con 72 migrantes centroamericanos en agosto de 2010. Un hermoso y poderoso poema de protesta que ha cruzado fronteras, mostrando el lado oscuro de una parte de la sociedad mexicana. Nació en la Ciudad de México el 1 de junio de 1971 y estudió en la Escuela de Escritores de la Sogem. Fue jefa de prensa y asesora cultural de la Casa del Poeta Ramón López Velarde desde 2007.
“El desempeño de la actual administración en lo que ha cultura se refiere, es un desastre total”, expone María. “Han rebasado todas mis expectativas en cuanto a los malos que serían. En muy poco tiempo han destruido lo mejor que teníamos, instituciones que nos tomó décadas ir configurando y que eran la envidia de Latinoamérica. El empobrecimiento del arte y la cultura y sus consecuencias nos perseguirá décadas”, lamenta la poeta.
-¿Qué opinas de los poetas de tu generación? ¿A quiénes lees?
-Trato de leer todo, por disciplina profesional, desde hace muchos años. Cualquier libro de poesía que se publique en México me interesa, sin importar si es de poetas de mi generación o de cualquier otra, si son plaquetas o libros en forma. No leo a un grupo, nada más, ni estrictamente lo que me gusta. A veces, disfruto más leyendo lo que no me gusta, o sea, no leo de manera facciosa, por decirlo de alguna manera, ni leo exclusivamente a mis amigos y me molesta un poco el ejercicio priista de empujar a mis amigos en listas que jerarquizan obras por motivos amistosos tratando de presentarlos como “La Poesía Mexicana”, como suele hacerse. La verdad es que la poesía mexicana tiene muchos autores con muy buenos libros, de mi generación y de las demás. Claro que hay poetas jóvenes comprometidos con la poesía, así como los hay ya mayores.
María ha pasado la contingencia por el Covid, casi completamente encerrada desde marzo, a piedra y lodo, con su hija y su madre, quien es ya muy mayor. Su casa tiene un pequeño jardín, así es que el encierro no le ha sido físicamente claustrofóbico, “pero la realidad amenazante del virus cerca los espacios mentales y anímicos, tanto más que las paredes”, me explica. Ver el cielo y el árbol frondoso de su patio ya es una fortuna, un alivio. “Con el paso de los meses, la verdad, se volvió más fácil, ya ni siquiera noto que estoy en cuarentena, salvo cuando tengo que salir, que es todo un fandango”.
María Rivera está a cargo de PEN México, y para quienes no lo saben (yo tampoco lo sabía), “la función más importante del club es la defensa de las libertades de escritores y periodistas perseguidos, la denuncia del autoritarismo y también la promoción de la literatura”, nos expone María, quien también piensa que la poesía no debe ser servil de nada, pero debe tocar lo social.
Considera que, debido a la pandemia, todas nuestras relaciones cercanas se trastocaron en su materialidad, que la mudanza al ámbito digital posibilita que no se rompan y poco a poco vayamos adquiriendo una “normalidad” virtual. “¿Cambia las relaciones? Sí, porque el contacto físico, sensitivo, es fundamental en nuestras relaciones. Estamos más solos, pero paradójicamente, más interconectados que nunca. Al mismo tiempo, las transmisiones en línea están volviendo accesibles actividades que antes se restringían por la movilidad. Eso es una ventaja, porque uno puede asistir a foros que antes hubiera sido imposible porque no hacían transmisiones en vivo. Con respecto a tu otra pregunta, no tengo ni idea cómo vaya a cambiar nuestra forma de creación. Creo que alterará, más bien, la difusión de nuestro trabajo, los soportes electrónicos se volverán preponderantes, pero en cuanto a la creación misma supongo yo que será afectada tanto como nos han afectado históricamente las crisis mayores de la humanidad”.
María Rivera no es de los y las poetas que se sientan a esperar a que la luz de la poesía los ilumine, desde hace muchos años, realiza una investigación intelectual que puede tomarle años. “Generalmente, mis libros parten de una preocupación vital e intelectual que ocupa mi tiempo y que exploro desde todos los puntos de vista posibles, antes de sentarme a escribir. En ese proceso de investigación suele aparecer el poema, si es que mi investigación tiene razón de ser y he hallado más que una idea, una temperatura del lenguaje”, nos comenta, quien también es ensayista y ha impartido talleres de poesía para el INBA.
Declara que las ideas no hacen poemas, pero la temperatura de las palabras, sí. “Muchas veces me toma mucho tiempo descubrir si todos los intentos de asir/traducir el poema rendirán frutos porque en mi caso no escribo lenta ni disciplinadamente: sencillamente me siento y escribo, me rindo ante el poema. Dicho metafóricamente, yo solo monto el caballo, lo dirijo, pero no soy él, ni lo controlo. Hace mucho tiempo que renuncié a la idea de que tengo algo que decir capaz de ser definido fuera de la poesía. Yo no tengo nada que decir, sino el lenguaje. Así que estoy sometida a sus caprichos, a su naturaleza. Si intento incluso, escribir antes de tiempo, apresurar sus conclusiones, corro el riesgo de arruinar un trabajo largo y silencioso que realizo. Por eso, publico poco y solo lo que creo que rebasó el nivel correcto, que el poema se presente ante mí como una conquista completamente ajena a mi control”.
Y continúa: “A estas alturas, y tras haber escrito lo que he escrito, he descubierto que todos los intentos por crear un estilo no son más que una montura, una herramienta, que bien puede desecharse si se necesita montar a pelo. Y es que yo puedo vivir, perfectamente, con el silencio, pero no con el aburrimiento que me producen los poemas escritos por disciplina”.
-¿Cuál crees que sea el futuro de la industria editorial en México y en el mundo?
No lo sé, Fidelia, creo que el libro y la industria editorial padecen una crisis sin precedentes y que la pandemia podría darle al libro electrónico un gran auge hasta desplazar, mayoritariamente, al libro físico. Aun así, no me imagino un mundo sin libros. Creo que las editoriales fuertes resistirán y las pequeñas se verán terriblemente afectadas. El asunto es cuánto durará la crisis pandémica y como se reconfigurarán los procesos económicos. No son buenos tiempos, sin duda.
Rivera cree que los poetas mexicanos han influido en la poesía hispanoamericana, más de lo que el resto de la poesía hispanoamericana ha influido en México, “lo cual habla muy bien de México y mal de Hispanoamérica y, también, de la fuerza y la riqueza de la poesía mexicana que ha abrevado de múltiples tradiciones”.
A lo largo de su trayectoria, María Rivera ha ganado importantes premios, entre ellos: el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2000, por Traslación de dominio. El Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2005, por Hay batallas. Su obra ha sido traducida al inglés y su autobiografía está incluida en Trazos en el espejo. 15 autorretratos fugaces (Era-UANL, 2011). Hoy en día trabaja en varios libros, uno de prosa-ensayo, crítica cultural, que realiza en medios, además de un nuevo libro de poesía. “Aún no sé, sin embargo, como te decía hace rato, si la poesía y yo nos encontremos. Ojalá”. Sí, ojalá que la poesía se cruce siempre en nuestro camino, porque, como ella misma dice: “La horrible verdad es que la poesía no obedece las órdenes de nadie y es más bien rebelde y elusiva ante quienes suelen asediarla en demasía. Por esto mismo, escribo a cualquier hora y en casi cualquier circunstancia que me permita estar sola y en silencio”.
El Poema
¡Oh muchachos! o por qué no tomé ese avión ¿Y qué tal que muero a mitad del cielo y qué tal, qué horror, que muriese en medio de la nada, sin asidero? ¿qué tal, qué cosa, que muero y cae lluvia de cenizas en ningún lado y mi alma queda flotando desamparada? No, yo preferiría morir en mi cama al lado de los míos, tener su mano cerca de la mía, esa última patria del olor de las sábanas y acaso una aromosa atmósfera de puchero, su hervor último, su dulzura de plátano, jitomate y tuétano. Quisiera estar cansada, tal vez algo aburrida, dejarles a ustedes las armas y el escudo para el mucho, mucho descontento. ¿De qué está hecha la vida sino de puro, llano descontento? Es cierto, también tiene lo suyo de alegre y honda pero el mundo, más allá de dos centavos y un cuerpo amado, está pudriéndose, es cierto también hay que decirlo, que es una mata con hojas y tallos verdísimos y algunos buenos frutos, sabemos, ya sabemos esto, lo dijo Cristo, Mahoma, Buda: la rueda del mal no se detendrá nunca ¡qué le vamos a hacer, amigos, qué le iremos a hacer! El pobre ser humano vino herido vino así, descoyuntado, y nada podrá sanarlo nunca: mira pasar su tiempo y muere y lo sabe para siempre y viene y canta y se enamora y rumia y se revuelca herido y pierde y gana y se despeina y vuelve a peinar sus canas, luego muere, sencillamente, el corazón. Por eso, seamos inocentes, como si hubiésemos nacido mañana: nada cambiará nuestro destino, sólo abriremos nuestros corazones sólo abriremos corazones como valvas para ellos ¿cantar? ¿cantaremos? dime tú ¿dirás al viento, a las colmenas de corazones cerrados como almejas, romperás con tu martillo, ese caparazón rosado como jaiba, irás a ir, a continuar nuestra picapedrera terquedad? dímelo tú, mujer (he querido decir mujer por decir hombre y hombre por decir hierba) cuánta albahaca, cuánto comino, cuánto clavo, pondremos en la olla fantástica de nuestro siglo.