Nos conocimos en la sede del periódico Uno más uno, fundado por don Manuel Becerra Acosta en noviembre de 1977. Rodrigo Huerta Pegueros era su corresponsal en Acapulco y yo en el estado de Morelos.
Por recomendación de don René Arteaga, un talentoso y gruñón reportero investigador del rotativo, dejé la corresponsalía y fui contratado como reportero redactor en el área de corresponsales, bajo la coordinación del señor Carlos Reynaldos. Don René Arteaga falleció en octubre de 1978, un mes antes de irme a radicar a la Ciudad de México.
Fue precisamente en la fiesta del primer aniversario del periódico, un 14 de noviembre, que intercambié mis primeras palabras con Rodrigo. Me invitó a pasar un fin de semana en el puerto, donde su padre, don Pedro Huerta, era propietario del periódico Revolución y amigo personal del gobernador Rubén Figueroa
Figuera.
– Tal vez el próximo año resida en
Acapulco, mi segundo hogar… Es posible…- le dije mientras bebía un vaso de ron “Havana” en uno de los rincones del salón donde se desarrollaba la pachanga.
Rodrigo
tenía un gran gusto por el surfeo y el heavy metal o rock pesado. Sus lentes oscuros, melena rizada y un grueso mostacho de puntas caídas formaban parte de su singular personalidad. Era enemigo del periodismo confrontativo y optaba por crear puentes de colaboración con la casta divina guerrerense. Aun así, sabia equilibrar la información y conseguir publicidad oficial y privada para el periódico donde colaboraba.
Mi trabajo consistía en recibir por teléfono la información de los corresponsales de todo el país y hacer las transcripciones en una ruidosa máquina de escribir mecánica. En la mayoría de los casos era necesario rehacer las notas para darles un enfoque más noticioso e intentar ganar portada o un lugar destacado en la página tres. Por lo mismo, logré crear vínculos de amistad con la mayoría de corresponsales y trabajar, por temporadas muy cortas, en algunos de los diarios donde ellos reporteaban o dirigían. Por ejemplo, llegué a colaborar en periódicos de Chiapas, Oaxaca y Veracruz.
Por esas fechas, ciento veinte mil colonos pobres de Acapulco, de 355 mil, estaban en resistencia organizada ante la amenaza del gobierno estatal de desalojarlos de sus viviendas. El bronco gobernador de Guerrero intentaba convencerlos para que abandonaran las colonias marginadas de las partes altas de los cerros adyacentes a la bahía –zona conocida como El Anfiteatro–, y radicaran en El Renacimiento, un enorme asentamiento en proceso de urbanización, levantado a la entrada del puerto, cerca de la carretera México-Acapulco.
El argumento: los 355 mil colonos contaminaban las aguas de la bahía por la falta de drenaje, robaban energía eléctrica y carecían de agua potable ante lo costoso de introducirla en las partes altas de los cerros.
Guerrero aun enfrentaba los efectos de la guerrilla rural y la militarización y el dinero oficial corría en abundancia. La mayoría de periódicos y noticieros de radio y televisión estaban amordazados y únicamente el PRI tenía el control político del gobierno del estado y los ayuntamientos. Un primo del gobernador, Febronio Díaz Figueroa, fungía como presidente municipal de Acapulco y le encantaba vestir como palomo: blanca la guayabera, blanco el pantalón y blancos los calcetines y calzado.
El principal mérito de este personaje tan singular, de hablar costeño y lentes oscuros, era el haber sido secuestrado por Lucio Cabañas Barrientos con su primo y la secretaria particular del entonces senador. Se consideraba marxista, bailarín de música tropical y un play boy. Le gustaba el coñac, las mujeres de cuerpos exuberantes y viajar por el mundo con dinero público, bajo el argumento de promover al puerto.
Ignacio Ramírez, un sagaz reportero investigador del semanario Proceso, no paraba de reír cuando recordaba sus encuentros con Febronio y Rubén Figueroa.
En una ocasión, mientras comíamos en un restaurante de Chilpancingo, donde Ignacio se reunió con varios corresponsales de periódicos nacionales, tuvimos la oportunidad de escuchar parte de una memorable entrevista que le hizo a Febronio a principios de mayo de 1979.
– ¿Y dónde dejó el marxismo, señor? – le preguntó Ignacio.
–Un hombre de cultura tiene que conocer esas corrientes y no simplemente de segunda mano, sino en su esencia; por esta razón me dediqué con profundidad a estudiar esta materia. Pero no sólo conozco esto, puede preguntarme de filosofía, de corrientes económicas, de literatura… pero, digo, que no se tome esto como presunción, porque estas materias las he estudiado con pasión.
– ¿No claudicó?
– Señor, esas son cosas que, desde el punto de vista histórico, serán juzgadas a su debido tiempo. Todas esas gentes que vociferan contra el capitalismo y viven y se aprovechan de él, pues no son más que verdaderos farsantes. Yo creo que hablar del imperialismo es más bien hablar de preservar la nacionalidad, de defender a México, de desarrollarlo, de prolongarlo a la historia, de hacerlo vivir por muchos y muchos siglos y milenios si se puede.
– ¿Es cierto que usted le habla al pueblo utilizando la dialéctica marxista?
– Bueno, mire usted, así como me oye platicando, platico siempre; así daba mis clases. Ahora les ofrecí dar clases gratuitas en la universidad, pero no me aceptaron.
– ¿Por qué?
– No lo sé… tal vez porque ahora me consideran gente que le está sirviendo al gobierno.
– Se dice de usted que…
– Mire, a mí me han colgado muchas historias, gentes que son negativas. No soy una monedita de oro, acuérdese que hasta el dinero tiene cara y cruz, pero la gente me quiere; los pobres, la clase media y por qué no decirlo, una gran parte de la población, a pesar de que he sido terriblemente calumniado.
– ¿A qué atribuye las calumnias?
– Todo hombre público tiene que decidir sobre problemas y en todos los problemas hay un pro y un contra. Pero yo siempre obedezco las leyes y a la justicia, de manera que quienes las violan tendrán motivos de resentimiento conmigo.
En abril de 1979 tomé la decisión de irme a radicar a Acapulco y se lo hice saber por teléfono a Rodrigo.
– Vente brother –me dijo-, ya se lo dije a mi jefe y puedes colaborar con nosotros. Por casa y comida no te preocupes…